Eran algo así como las 22:30 de un día del 2010, cuando llegué a aquel sanatorio mental, clínica de rehabilitación para adictos y hogar de ancianos. Una hora antes del ingreso, el compañero con quien emprendería este proyecto se excusó, dijo que no estaba preparado. Días antes me habían robado gran parte de mi equipo. Semanas antes había perdido mi empleo. Creo que estaba en el lugar indicado, al menos en ese momento.
Al inicio todos me miraban raro, según yo; luego caí en cuenta que el que miraba raro era yo. Era alucinante estar entre personas a las que les importaba un bledo todas las sutilezas sociales y sonreían cuando querían, lloraban cuando querían y algunos lloraban de la risa. Estar entre personas, de distintas profesiones y ocupaciones, que lo habían perdido todo porque sus “debilidades” fueron más grandes que sus fortalezas, porque su tristeza les ganó la batalla y buscaron otra manera de soportar la vida. Estar entre genios extraordinarios a los que la mayoría no entendieron y los catalogaron como “locos”. Jamás estuve más cerca de la humanidad que en aquella época en la que me acogieron los “proscritos”, quienes aún conservan la esencia de la humanidad, el dolor, la risa, el llanto, la curiosidad y sobretodo: el cariño.
Empezar a fotografiar fue extraño, porque, siempre, al finalizar una jornada de captar imágenes con mucha carga emocional, para mí, es normal tomarme un par de tragos, o caminar un buen rato, escuchar música a todo volumen, qué se yo… cualquier cosa que quisiera hacer. Considero necesarios ciertos ritos, es como desinteriorizar un papel para un actor, porque en el fondo cuando me pongo la cámara en el cuello soy otro y es necesario que las imágenes no me pesen ni se mezclen, porque eso sería devastador. Sin embargo, ahí no tuve pausa, es más, creo que se me quedaron todas esas imágenes en la mente, aunque en la práctica pocas se pudieron conservar después de un daño irreversible en los discos que las respaldaban…
El día que salí me hicieron una despedida que me conmovió, me iba porque estaba curado, no porque estuviera enfermo, pero sí porque culminé un sueño y en la práctica conquistar y finalizar sueños es una forma de curarse de las enfermedades sin nombre que te contagia la cotidianidad y la gente normal que procura “peros” para excusar el no arriesgarse a hacer algo que desearon y jamás lo intentaron. Sus abrazos me abrasaron y calcinaron los prejuicios que tenía, cada una de esas personas me marcó y sus altos y bajos están en mis imágenes siempre.
Les dejo estas pocas fotografías que no se perdieron con los “proscritos”.
Luis Mariño Carrera
enero de 2016
La fotografía es la risa, el llanto y la memoria del tiempo.